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Los judíos y el dinero

Entre las acusaciones de índole antisemita más frecuentes a lo largo de la historia están las asociadas a la relación que hay entre el pueblo de Israel y el dinero. ¿De qué se trata dicha relación? ¿Somos los judíos arrastrados como zombies en pos de adquirir riquezas? ¿Qué me dirían si el mismo Talmud refuerza el argumento de los antisemitas?

Rab. Jonathan Berim (Twitter: @JonathanBerim)

Empecemos por esto último. El famoso exegeta Rashi en su comentario a la Torá dice que para que una mentira perdure, debe contener algo de verdad en ella (Bamidbar 13:27 – Midrash Raba). Si el argumento es totalmente irrisorio, nadie lo creerá, pero si toma datos reales y los combina con otros fraudulentos, la mentira será más poderosa.

Es así que grandes antisemitas ponen sus palabras en citas falsas del Talmud para demonizar al pueblo hebreo. Pero en este caso puntual, es el Talmud mismo el que da de comer al estereotipo: veamos de qué se trata.

Uno de los tantos combates que tuvo el tercero de los patriarcas del pueblo judío, Iaacov, ocurrió cuando regresaba de trabajar durante veinte largos años en la casa de su suegro Lavan y justo antes de enfrentarse con su hermano, Esav. Volvía a la Tierra de Israel con su nueva familia y su gran hacienda y un río se interpuso en su camino (Vaishlaj 32:25). Fue así que Iaacov cruzó varias veces el mismo, para llevar a su gente, sus animales y sus pertenencias de una orilla a la otra. Luego de su anteúltimo cruce, notó que dejó unas vasijas de poco valor del otro lado y volvió por ellas. No sólo que se arriesgó al volver a cruzar el cauce de agua, sino que al encontrarse sólo en la otra orilla, sufríó un intento de asesinato (que resultó infructuoso pero lo dejó cojo). 

El Talmud pregunta cómo puede ser que, sabiendo lo peligroso de los caminos, Iaacov haya puesto en riesgo su vida por unas baratijas. La respuesta es más que sorprendente: lo hizo porque los justos valoran su dinero, más que su propio cuerpo (Julín 91a). Listo, cierren todo, los pasquines antisemitas ya tienen el título catástrofe que estaban esperando.

¿Cómo podemos entender semejante afirmación? El judaísmo pone reiteradamente al cuerpo y a la vida que el mismo representa como un valor supremo (sólo tiene unas contadas y justificadas excepciones). Nuestro objetivo en este mundo es darle sentido a dicha vida. Que al abrir nuestros ojos por la mañana, las metas de superación y crecimiento, personal y social, que nos impusimos como objetivos, nos llenen de energía y ganas de seguir. Que nos den la fuerza para avanzar contra viento y marea.

Estos objetivos son materializados por medio de pequeñas acciones cotidianas llamadas mitzvot (preceptos). Las mismas ponen a disposición de nuestros objetivos altruistas todos los recursos de los que disponemos: el tiempo, la energía y, como no, nuestras pertenencias. La persona compró una casa: pone mezuzot en las jambas de las puertas, ganó dinero: dona el diez por ciento a personas menos favorecidas y así hay infinidad de ejemplos.

Desde este punto de vista, los bienes materiales y el más preciado bien que es la vida, trabajan todos juntos en favor del objetivo. Ahora bien, ¿cuál es más potente? ¿Cuál tiene mayor alcance?

Tomemos un período de 24 horas. El hombre puede cumplir una vez con la mitzvá de tefilin (filacterias), puede comer comida kosher en todas las comidas, puede rezar tres veces. ¿Pero cuál es el alcance de sus posesiones? Si usa su dinero para comprar y donar 10 pares de tefilin a 10 interesados en ponerselo, automáticamente tendrá el mérito diario de diez puestas de tefilin. Si dona comida kosher a un comedor comunitario, ya no contará con el mérito de una sola persona comiendo kosher sino con el de cientos de ellas, si dona sidurim (libros de oración), será responsable de cientos de rezos diarios.

Está filosofía de ver las cosas nos permite convertir unos “simples cacharros” en herramientas para hacer de este mundo un lugar mejor. Ese es el mensaje del conflictivo pasaje del Talmud antes citado: potenciar nuestro efecto positivo sobre el mundo. Cuando Dios nos da recursos, debemos valorarlos y usarlos para bien. 

Que Dios nos de bienes en abundancia y que podamos convertir todo lo que somos y todo lo que tenemos en herramientas trascendentes para hacer de este mundo un lugar mejor.


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